Nuestro fundador nació en Buenos Aires, Argentina, el 8 de agosto de 1950. Dejó su tierra natal y emigró a Europa a los 17 años para perseguir un sueño: ser futbolista profesional.
Aunque no tuvo la fortuna de ver su sueño realizado, se quedó en Europa por más de 7 años viviendo en Francia, Suiza, Alemania, Inglaterra. Ahí trabajó como mesero; parrillero de un restaurante argentino; lavaplatos; vendedor de refrescos y aguas en Wimbledon, y ocupó otros puestos usualmente reservados para migrantes. Así aprendió el arte que un día le sería fundamental para la creación de su empresa: el de la operación de un restaurante. Pasado ese tiempo, decidió irse a México motivado por un amigo mexicano que vivía con él en Alemania y juntos se embarcaron hacia un nuevo porvenir.
En 1993, después de una larga carrera en la industria textil, se decidió a poner una pequeña parrilla argentina en la esquina de su fábrica, antes ubicada en Isabel la Católica y Eje 6 sur. En un asador con una barra y un par de mesas, invitaba a sus amigos a comer el asado de vez en cuando, para lo cual compraba carne de la mejor calidad. Cuando prendía la parrilla y ponía la carne, los peatones y vecinos se sentían atraídos por el aroma y preguntaban si podían sentarse a comer con ellos; él no dudo un segundo, pues era un comerciante nato, y los empezó a atender. Así, una parrilla al estilo argentino que comenzó con la idea de convivir con amigos y familia, pasó a convertirse en una pequeña fonda para los vecinos, peatones y trabajadores de la zona.
En un inicio, él era el único que atendía y parrillaba, pero pronto fue necesario contratar más personal y ampliar el local, reduciendo cada vez más el espacio destinado a la fábrica. Había encontrado su verdadera vocación: ser restaurantero.
El lugar fue haciéndose de buenos clientes y reputación; esta fonda-parrilla argentina gustaba a la gente por razones simples: su menú sencillo, relación precio-calidad insuperable y la atención personal del dueño, un enamorado de su restaurante.
La familia siguió creciendo. Contrató a un amigo argentino y lo entrenó para ser el parrillero; hizo lo propio con un joven al que convirtió en cocinero y le enseñó la receta de la única ensalada que había en la carta: la todavía imbatible ensalada mixta, creada por él mismo. Un día, el gerente actual de la sucursal de Isabel la Católica dejó su trabajo de cocinero en los Sopes de la Nueve, y fue a buscar trabajo a la Fonda Argentina que estaba a una cuadra, esta vez como mesero. Para entonces, su esposa, también oriunda de Buenos Aires, ya confeccionaba las famosas empanadas en su casa; sólo tenían que freírlas en el restaurante, práctica que aún se mantiene.
A mediados de 1994, nuestro fundador encargó a una cliente canadiense que era pintora, que hiciera el trazo del rostro de un indio patagónico que fuera el emblema de su restaurante al que finalmente llamó Fonda Argentina, sellando así el lazo entre la calidez del servicio mexicano y la pasión por la carne a la parrilla argentina, unidas por el indígena de América, pasado común de dos grandes pueblos.